Epidemia mundial
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad y el Sobrepeso han
alcanzado caracteres de epidemia a nivel mundial.
Más de mil millones
de personas adultas tienen sobrepeso y, de ellas, al menos 300 millones son obesos.
La preocupación por
la prevalencia que la obesidad está adquiriendo a nivel mundial se debe a su
asociación con las principales enfermedades crónicas de nuestro tiempo, como
las enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus tipo 2, hipertensión
arterial y ciertos tipos de cáncer.
A mayor obesidad, mayores cifras de morbilidad
y mortalidad por estas enfermedades.
En el mundo mueren 57
millones de personas al año.
Según el Informe
sobre la salud en el mundo, 2002 1 el aumento de las enfermedades crónicas es
el responsable de las dos terceras partes de estas muertes y del 46% de la
morbilidad
Global.
Estos porcentajes van
en aumento, por lo que si no invertimos esta tendencia, en el año 2020 las
enfermedades no transmisibles serán la causa del 73% de las defunciones y del
60% de la carga mundial de enfermedad.
La obesidad y los
adolescentes
De los diez factores
de riesgo identificados por la OMS como claves para el desarrollo de las
enfermedades crónicas, cinco están estrechamente relacionados con la
alimentación y el ejercicio físico.
Además de la ya mencionada obesidad, se citan
el sedentarismo, hipertensión arterial, hipercolesterolemia y consumo
insuficiente de frutas y verduras.
Como puede verse, la
alimentación poco saludable y no practicar actividad física con regularidad son
las principales causas de las enfermedades crónicas más importantes, y ambas
son susceptibles de modificarse. En los adultos, la obesidad está asociada
también a otras patologías, como las enfermedades respiratorias y la artrosis.
Pero es en los niños y adolescentes donde el
problema se hace más grave ya que, de no tomar medidas a tiempo sobre sus
hábitos, hay una alta probabilidad de que el niño obeso se convierta en un
adulto obeso.
En la población más
joven las enfermedades asociadas a la obesidad incluyen la hipertensión
arterial, hiperinsulinemia, dislipemia, diabetes mellitus tipo 2, agravamiento
de enfermedades respiratorias como el asma, así como problemas psicosociales.
Todas las
enfermedades descritas anteriormente acortan la vida. La obesidad puede llegar
a reducir la esperanza de vida de una persona hasta en diez años. Además,
suponen una elevada carga económica para los sistemas de salud.
Por ejemplo, en
nuestro país se calcula que los costes directos e indirectos asociados a la
obesidad suponen un 7% del gasto sanitario total, lo que representa unos 2.500
millones de euros anuales.
Por estas razones, puede afirmarse que las
consecuencias de la obesidad hacen de esta enfermedad uno de los mayores retos
de la salud pública para el siglo XXI.
Ciertamente la
obesidad interfiere en la pubertad de varias maneras, pudiendo incluso acelerar
la maduración sexual y el curso del crecimiento.
Las adolescentes
obesas, por ejemplo, acostumbran a tener una menarquía precoz y sufren luego
trastornos menstruales, como son reglas irregulares y de sangrado importante,
con mucha mayor frecuencia que las chicas de peso normal.
Y la obesidad también
puede hacer cesar la menstruación.
Más preocupante, no
obstante, son los efectos psicológicos.
Los obesos
habitualmente sufren mucho, preocupados por su aspecto y por lo que otros
adolescentes puedan pensar de ellos.
Un gran número han
sido víctimas de bromas crueles y hostigamiento continuo desde su niñez.
La sociedad, en
general, presenta una actitud crítica en contra de los obesos, acusándoles,
injustamente, de ser personas carentes de fuerza de voluntad.
No es raro, pues, que
la autoestima del adolescente obeso se vea afectada por esas circunstancias.
Y entonces puede
producirse un círculo vicioso: el adolescente triste y aislado encuentra
consuelo en la comida, además al tomar conciencia de su apariencia, temerá
participar en fiestas, bailes y actividades deportivas en donde tendría que
exhibir su cuerpo.
El resultado final es
la adopción de un estilo de vida sedentario y de un lamentable aislamiento
social. D e ahí, pues, la importancia de la formación espiritual y del apoyo
emocional que precisa el adolescente obeso.
El secreto no está en
llevar un régimen alimenticio sino en desarrollar una vida sana, de acuerdo con
las leyes naturales.
De todos es bien
sabido que el cambio hacia una dieta vegetariana, la reducción de la ingesta
calórica, la implantación del ejercicio físico adecuado y los cambios en las
costumbres alimentarias contribuyen a la pérdida de peso; luego, el ingrediente
más crucial es la motivación que surge del conocimiento.
Si el adolescente
obeso no ve el beneficio que le representa un nuevo estilo de vida, el perder
peso, y siente una total apatía hacia ello, no tiene sentido insistir.
No funcionara de ninguna
manera.
Sin embargo, la
familia puede ayudar al hijo obeso en sus esfuerzos por adelgazar. ¿Cómo? Simplemente,
quitándole importancia al peso.
El criticar,
avergonzar o forzar una dieta, son actuaciones totalmente ineficaces y
contraproducentes.
No olvidemos que el
adolescente tiene como meta la adquisición gradual de su independencia, y el
control parental sobre la dieta interfiere con el sentimiento de autonomía del
joven y con lo que es peor, con la pérdida de peso.
En cambio, la familia
puede ayudarlos cambiando las costumbres alimentarias de la casa, haciendo, por
ejemplo, que las comidas no contengan tantas carnes que se hagan a horas establecidas de mutuo
acuerdo, promoviendo comidas con más tiempo y que den lugar a conversaciones,
impulsando actividades físicas conjuntas y salidas campestres, llevando en la nevera
portátil frutas, en lugar de helados.
Es muy importante
también recibir la orientación de un médico y un nutricionista para ayudar a
manejar adecuadamente tu necesidad de adelgazar y no caer en conductas erróneas
o peligrosas que pueden poner en riego tu propia vida.
Chiautla de Tapia Puebla.
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