EDVARD MUNCH. EL GRITO.
“Un día al atardecer,
caminaba por una carretera; a un lado, la ciudad; al otro, el fiordo. Me detuve
para contemplar este. El sol se ponía y las nubes estaban teñidas de rojo como
si fueran de sangre. Sentí entonces como si toda la naturaleza se pusiera a
gritar. Oí un grito… los colores gritaban. La naturaleza gritaba en mi sangre…
pinté ese cuadro y las nubes como si fueran realmente de sangre”. Con estas
gráficas palabras describía Edvard Munch, la génesis del cuadro que ha inmortalizado
su nombre. En el se expresa con inigualable fuerza el sentido de angustia, de
terror, que invade al hombre contemporáneo, más evidente aún si se tiene en
cuenta la crisis de valores que definió la entrada del siglo XX. La sensación
de angustia queda acentuada no sólo por la forma en que esta trabajada la
figura, irreal y distorsionada, sino también por el marcado contraste espacial
entre la violenta recta de la carretera y la sinuosa línea del fiordo, y por el
uso de una paleta en la que predominan los rojos y los amarillos.
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