TOMA MI MANO




MISION: LOGRAR UN DESARROLLO INTEGRAL DEL ADOLESCENTE ASIMISMO INTEGRARLO AL C.A.R.A. CON TODOS SUS VIRTUDES Y CARENCIAS ENALTECIENDO LAS PRIMERAS E INTEGRARLO A SU ENTORNO MEDIANTE UN MODELO DE ATENCION INTEGRAL A LA SALUD IDEAL PARA SI MISMO.



VISION: DESARROLLAR EL PROGRAMA "TOMA MI MANO" COMO HERRAMIENTA EN EL C.A.R.A. CON UNA SOLA INTENCION RETROALIMENTACION DEL MISMO CON LAS NECESIDADES DE LAS MUCHACHAS Y MUCHACHOS, DANDO PRIORIDAD A NECESIDADES MUY SIMPLES SOBRE TODO NECESIDAD-PRIORIDAD. SE CARACTERIZA POR ATENCION PERSONALIZADA EN BASE A CADA MUCHACHO. SIGUIENDO EL MODELO DEL MAIS. PROBLEMA-SOLUCION-EVALUACION.



jueves, 4 de agosto de 2011

MI ENCUENTRO CONTIGO

MI ENCUENTRO CONTIGO
LATIF. Jorge Bucay


Latif era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo. Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto, con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos. Cada tarde comía de la limosna o de los mendrugos que alguna persona caritativa le acercaba.
Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días, Latif era considerado por todos el hombre más sabio del pueblo, quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.
Una mañana soleada, el rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias, caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada. Riéndose de los mercaderes y compradores casi tropezó con Latif, que dormitaba a la sombra de una encina. Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos, pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría.
El rey divertido, se dirigió al mendigo y le dijo: “si me contestas una pregunta, te doy esta moneda de oro”. Latif lo miró, casi despectivamente y le dijo: “puedes quedarte con tu moneda. ¿para qué la querría yo? ¿Cuál es tu pregunta?”
El rey se sintió desafiado con su respuesta y en lugar de una pregunta banal, se despachó con una pregunta que hacía días lo angustiaba y no podía resolver. Un problema de bienes y recursos que sus analistas no habían podido solucionar. La respuesta de Latif fue justa y creativa. El rey se sorprendió; dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado, meditando sobre lo sucedido. Al día siguiente, el rey volvió a aparecer por el mercado, ya no paseaba entre los mercaderes, fue directo a donde Latif descansaba, esta vez bajo un olivar.
Otra vez el rey hizo una pregunta y otra vez Latif le respondió rápido y sabiamente. El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez. Con humildad se quito las sandalias y se sentó en el suelo frente a Latif.
-“Latif, te necesito”, le dijo, “estoy agobiado por las decisiones que cómo rey debo tomar. No quiero perjudicar a mi pueblo y tampoco ser un mal soberano. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltará nada. Que serás respetado y que podrás partir cuando quieras. Por favor”.
Por compasión, por servicio o sorpresa, el caso es que Latif, después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del rey. Esa misma tarde llegó Latif al palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos 200 metros de la alcoba real. En la habitación, una tina de esencias y con agua tibia lo esperaba.
Durante las siguientes semanas las consultas del rey se hicieron habituales. Todos los días, a la mañana y en la tarde, el monarca mandaba a llamar a su nuevo asesor para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida o sobre sus dudas espirituales. Latif siempre contestaba con claridad y precisión. El recién llegado se convirtió en el interlocutor favorito del rey. A los tres meses de su estancia ya no había medida, decisión o fallo que el monarca no consultara con su preciado asesor.
Obviamente esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para su propia influencia y un prejuicio para sus intereses materiales.
Un día todos los demás asesores pidieron audiencia con el rey. Muy circunspectos y con gravedad dijeron: “tu amigo Latif como tu lo llamas, está conspirando para derrocarte”.
“No puede ser” dijo el rey. “no lo creo”.
“Puedes confirmarlo con tus propios ojos” dijeron todos- “cada tarde a eso de las cinco, Latif se escabulle del palacio hacía el ala sur, y en un cuarto oculto se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a donde iba alguna de esas tardes y ha contestado con evasivas. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración”.
El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones. Esa tarde, a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera. Desde allí vio cómo, en efecto, Latif llegaba a la puerta, miraba hacía los lados, y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.
“¿lo viste?” gritaron los cortesanos “¿lo viste?”
Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta. “¿quién es?” –dijo Latif desde dentro.
“Soy yo, el rey” –dijo el soberano- “abre la puerta”.
Latif abrió la puerta. No había nadie salvo Latif. Ninguna puerta o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien. Sólo había en el piso un plato, de madera desgastado, en un rincón una vara de caminante y en el centro de la pieza una túnica raída colgando de un gancho en el techo.
“¿Estás conspirando contra mi Latif?” preguntó el rey.
“¿Cómo se le ocurre majestad?” -contestó Latif. “De ninguna forma” “¿por qué lo haría?”
“Pero vienes aquí cada tarde en secreto”. “¿Qué es lo que buscas sino te ves con nadie?” “¿por qué vienes a este cuchitril a escondidas?”
Latif sonrió y se acercó a la túnica harapienta que pendía del techo, la acarició y le dijo al rey: “Hace solo seis meses cuando llegue, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera” –dijo Latif. “Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado… que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de quién soy y de donde vine”
Así es, nunca debemos olvidar quienes somos y de dónde venimos, la vida da muchas vueltas y podemos regresar siempre ¡al mismo lugar!

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